La naturaleza se está tomando su revancha, ganando libertad en época de pandemia. El reino animal, con más visibilidad y algunos sustos, pues se va imponiendo el descaro y la cohabitación, se quiera o no. El vegetal, en menor medida, pero también, sobre todo en terrenos “a monte” y similares. En cualquier caso, tanto el confinamiento estricto, como sus sucedáneos –que sí, pero no; que no, pero sí–, ha alimentado nuestras ganas de espacio, aire libre, jardines y caminatas.
Los pájaros han desplegado sus planes de vuelo y aterrizan en donde menos te lo esperas, por no hablar de otros elementos menos glamurosos, cuya osadía les ha empujado fuera de sus madrigueras, o de aquellos que gustan de destrozar lo que encuentran, en sus incursiones nocturnas, no pocas urbanas, cual jabalinas rampantes en busca de la distancia más larga.
En fin, yo les quería hablar de algo amable, en este día miércoles, uno más de un invierno que, en Galicia, vuelve a parecerse a aquél de mi infancia, de borrascas enlazadas unas en otras, con mucha lluvia y poca predicción meteorológica, ayuna de sofisticados modelos que –en el mundo de hoy– se han convertido en estrellas de la televisión.
El caso es que, haga sol o no, aceche niebla o ventarrón, un papo rubio simpático y algo panzudo me visita cada mañana, en busca de migas o algún alimento menos modesto, vigilándome, mezclado con un montón de camelias, tempraneras y presumidas, que han dado con sus pétalos en el suelo.
Es difícil no traer a la memoria, en tal entorno, la Galicia húmeda y gris, de regatos crecidos y hórreos musgosos, de carapuchos y polainas de paja, ahora mutados en paraguas de todo a cien.
Cuando el papo rubio sacia su apetito, se larga unos cantos muy variados, exponente de un repertorio acreditado. Incluso, a menudo, se echa una siesta, recostado en la camelia, anémona por más señas, que se me antoja trasunto del paraíso de los petirrojos.
Decía un clásico que cada uno se puede perder en los valles atravesados por las pájaros, para, así, encontrarse mejor a uno mismo. Frágil papo rubio, quizá más fuerte, sin embargo, que toda la soberbia humana. Sin miedos ancestrales que la pandemia trajo, el papo rubio “atraviesa la transparencia, sin manchar el día”, tomando el verso de Neruda, una señal de esperanza para encarar tanta fatiga.
LUIS CARAMÉS VIÉITEZ
PRESIDENTE
Columna publicada en El Correo Gallego.
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