Puede que haya sido muy importante aplaudir en las ventanas y en los balcones, sincopada la solidaridad por un aire festivo incomprensible. Mientras, el coronavirus arrojaba una y otra vez a quien lo padeciese al aislamiento de sí mismo, de su familia, de los otros, de su entorno, del vivir juntos, sin ninguna certeza de respuestas, desconfianzas inimaginables, miradas acusadoras, un cierto caos asistencial.
Cada quien llevaba una barricada interior presta para materializarse frente al enemigo, los países seguían los mismos caminos, sálvese quien pueda. El confinamiento consiguiente, con sus grados y proporciones, alimentando la dialéctica libertad-seguridad.
Con razones que se resisten a ser entendidas, incluso compartiendo la urgencia de los enterramientos, algunos gobiernos aceleraron las magras exequias y la gran mayoría de la población no comprobó la magnitud de la tragedia, en la plasticidad de los tanatorios atestados. ¿Ha sido prudente hurtar la foto, el reportaje, invocando lo negativo del morbo enfermizo?
Gervasio Sánchez, premio Nacional de Fotografía, habla de la futura carencia de la memoria visual de la catástrofe. No lo sé, pero lo que sí es cierto es que vivimos en sociedades que adoran la juventud eterna y esconden la muerte, la más rotunda evidencia de una verdad. Me apunto a cultivar la esperanza, pero sin posiciones naifs, sin ensoñaciones que nos desubican del mundo que habitamos.
El Trinity College de Dublín ha llevado a cabo una investigación sobre la soledad tras los 70 años, durante la pandemia del covid-19. La conclusión más robusta es la que afirma que ha habido un aumento inexorable del sentimiento de soledad entre la gente mayor. Y que ello revela una consecuencia desproporcionada, como si los mayores fuesen un colectivo homogéneo.
Angustia emocional, estabilizada en lo inevitable, según las políticas de trazo grueso. No se trata de ir contra las normas inevitables, simplemente reflexionar sobre su modulación. La sociedad corre el riesgo de profundizar un individualismo indeseable, el “cada uno para sí”.
La polémica estará servida por decenios, aunque la vacuna eficaz nos devuelva el optimismo. Estos días he escuchado decir en una radio a un ciudadano de 76 años: “Incluso siendo mayor, uno debería tener el derecho de decidir si quiere arriesgarse o no”. Bueno, para no pocos, la pandemia puso delante de sus narices que la vejez existe, y que estamos inmersos en una visión reduccionista de esas personas. Algún día habrá que pedirles perdón.
LUIS CARAMÉS VIÉITEZ
PRESIDENTE
Columna publicada en El Correo Gallego.
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